Me acaricias con tus flores cuando me cobijo a tu sombra.
Me arrullas con el suave run-run de tus hojas cuando trato de conciliar el sueño.
Me das ejemplo de bondad: no críticas a nadie, no rezongas de los defectos ajenos como los hombres, el león en miniatura que ronda la casa, Malevo, el gato guardián, afila en tu tronco fuerte sus garras y sube por tu tronco en busca de soledad.
Cuando llueve, tus ramas lozanas se convierten en arpas eólicas que hacen deslizar el agua con notas musicales.
Se refleja la luna en el brillo de tus verdes y se alcanza a distinguir su cara sonriente en el claroscuro del entramado fino de tus ramas más altas.
Ah, ligustro que presides la soledad augusta del patio en silencio.
A tu amparo he llorado muchas veces las amarguras de la espera sin llegada de aquellos a quienes más amo y tu olor a primavera me envuelve para distraer mis penas y acompañar el lento desgranar de mis días sin la presencia de los amados pero estas tu, diciéndome: oye, ten paciencia, hay un Dios bueno que nos escucha y ampara, no temas, Él vela por ti, por mí, por tus ausentes y por todos los seres. Él está, aquí y ahora.
Mírame con cariño y encontrarás el secreto para vivir, soñar y amar a mi sombra compañera. Yo, el árbol de tu patio, aquí estoy para darte testimonio de que la Vida nos pertenece y nos ama…